¡Mira mejor, Lear ! – El conde de Kent en El rey Lear, Shakespeare: Acto 1, Escena 1

Tras recibir la orden del Rey Lear de desaparecer de su vista por defender a Cordelia y decir la verdad, el Conde de Kent insta a Lear a ver mejor. Ver mejor, ver con claridad, mirar de cerca, observar con mayor atención, para tener una visión más amplia, este consejo que el leal consejero da a su rey se encuentra en las enseñanzas del yoga. La palabra sánscrita para mirar de cerca es upekşa (de upa = acercarse, hacia + ikşa = mirar) – acercarse para mirar. La instrucción implícita sugiere que upekşa es una invitación a ver mejor para que podamos abordar nuestra situación con perspectiva y claridad.

La capacidad de Lear para ver mejor, para ver con claridad, se vio obstaculizada porque lo cegaban la terquedad, el orgullo y el poder. Terquedad, orgullo, poder, ira, celos, miedo, prejuicios: la lista de obstáculos que dan lugar a nuestros puntos ciegos es interminable.

Un punto ciego es un área en nuestro rango de visión que, por alguna razón, pasa desapercibida. Los puntos ciegos nos impiden ver con plenitud, lo que afecta nuestra capacidad de conectar con la inmediatez de nuestra experiencia con perspectiva y facilidad. Los puntos ciegos pertenecen al ámbito de avidyā (a = no + vid = conocer, sentir, experimentar, reconocer). Avidyā significa engaño, ignorancia, desconocimiento. Se refiere a una percepción errónea persistente, implacable y profundamente arraigada, y es la causa principal de todos los kleshas: patrones de onda, interferencias y aflicciones en las que nos vemos atrapados.

Recientemente, un estudiante israelí a quien conozco desde hace más de una década me contó que fui la primera persona del mundo árabe que conoció al llegar a Nueva York. Me contó cómo, tras un tiempo de práctica sostenida de yoga, las creencias rígidas y las ideas fijas de » peligro abstracto » que tenía sobre » personas como yo » se disolvieron, lo que le permitió reajustarse con la realidad y «verme» como una persona con la que podía conectar con facilidad, en lugar de con miedo.

La práctica de āsana tiene muchos componentes, uno de los cuales es el dṛști o punto de mirada. Hay nueve dṛștis que corresponden a diversas partes del cuerpo. Con la mirada fija en un punto, el dṛști mejora la atención plena y genera una sensación de unidad: la mente se llena de una sola cosa, permitiéndonos experimentar un momento de plena integridad del ser. El proceso de llevar la mirada a un punto de ekāgratā, es decir, concentración en nuestra esterilla, nos permite desarrollar la consciencia y la percepción en todo el cuerpo. Con la consciencia corporal, comenzamos a ver más allá del alcance limitado de nuestros ojos. Comenzamos a ver con sentimiento. «Cada poro de la piel debe convertirse en un ojo», escribe BKS Iyengar en «Luz sobre la vida». Al sentir el āsana con cada célula de nuestro ser, sentimos en el momento presente, refinamos nuestra visión, penetramos la avidyā y encontramos tranquilidad en el cuerpo, la mente y las relaciones.

La práctica de āsana nos invita a desarrollar la sensibilidad, para que podamos expandir nuestra mente hasta donde alcanza la vista, y luego la lleva un paso más allá, suavizando lo rígido de nuestro corazón para que nuestra visión se extienda hasta donde alcanza la vista. Como escribió Antoine de Saint-Exupéry en El Principito: «Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». La mente puede guiar al cuerpo para entrar en āsana, pero el corazón también debe sentirlo. Sentir es el punto de referencia de nuestra existencia humana y consciente, y el amanecer de la claridad. Que practiquemos para sentir la totalidad de la existencia en nuestro propio ser.